Sucedió una vez, en un lejano país, que el rey de aquellas tierras cayó de su caballo y se lastimó severamente . Tan grave fue la lesión que perdió para siempre el uso de las piernas y se vio obligado a andar, desde entonces, con muletas. Era un rey joven y arrogante y se sentía disminuido frente a sus súbditos. No podía tolerarlo: —Si no puedo ser como ellos –se dijo–, haré que ellos sean como yo. Los habitantes del reino, temerosos de la crueldad de su soberano, acataron la orden sin protestar. De un día a otro, las calles se llenaron de inválidos y tullidos. El rey vivió muchos y largos años. Nuevas generaciones nacieron y crecieron sin jamás haber visto a alguien caminar libremente. Y los ancianos fueron desapareciendo sin atreverse a hablar de sus antiguos paseos, por miedo a sembrar en los jóvenes el peligroso deseo de lo prohibido. Caminar pasó a ser solo un sueño de ebrios trasnochados , una fantasía de niños o una chochera de ...
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